domingo, 15 de diciembre de 2013

Compadres en la manigua.

Canícula de república democrática. 
- para echar raíces eres como su pueblo o acabas como los bosques, talado
- ni por las buenas ni por las malas, tiene que ser de otra manera
- hace años que tu vida no vale nada y ahora siquiera cuesta creerlo
- le dijo, escoge, te das un tiro o te lo damos
- la exactitud cuenta
- ¿quién dice que la negra no le cosió bien las bolas al vestido?
- resulta que el mundo es un perverso mentidero para que entre en la cabeza de tanto necio
- demasiado hipócrita por habitante cuadrado
- y tu dices que el coronel es un ególatra rodeado de ´tiranos´ al servicio del embajador
- todavía no parece que se les vaya a virar la tortilla en su mismo aceite
- yo, si fuera ellos, alegando traición, nos mandaba a matar de inmediato
- que se atrevan
Suena la radio
... ¿cómo dice que pasó a suceder?
- pa qué te pachango si igual no me quieres
- testigo hostil en grado de tentativa
¿eso cómo por qué?
- por civil o por lo criminal, como sea pues
- como decir que hay cosas que no se deben saber.
- o me odiaba con pasión
- parece que esta noche las bocas van a hablar
- recuerda, un contrato es un pedazo de papel que ata a dos hombres que no confían en el uno en el otro
- ... en lo tendencioso administrativo.
En esta la peor versión de lo que pudo ser. Hay miradas de lobo bajo una de lluvia en blanco y negro con los planes del viento del norte.
Al calor de la candela se tostaba pan viejo. Otra siesta de suspicacias y un bostezo en el silencio de un largo cobertizo.
Apogeo tras parodia. Un bus atraviesa el arenal telúrico alguna tarde a fragmentos agobiantes, truculentos, de un amargo dilema sin más rostro que los viejos rencores sin pasado, ante el ruido procaz del motor en medio a una extraña y sobrecogedora perennidad. Niebla, bosques, montaña. La humedad insidiosa.
Tiagho Baldana. Olegario Nogero. Nacidos bajo el sino de la misma estrella errante. Un batallón de renegados con su gente, mujeres e hijos a cuestas, y algo de ganado. Ellos y lo demás bajo el sol inclemente de un prodigiosa tierra descomunal.
- las mujeres juran que el alcalde tiene los huevos chulos
- lo que no hay es forastero bienvenido
- no te jactes tuerto, ¿dónde diablos perdiste ese ojo?
- cuando más necesitamos varones tu sólo hacías hembras
- no sólo mujeres, las mejores
- eso te lo supones.
El bamboleo de las hamacas dura sin detenerse. Calores torrenciales de lluvias desmedidas y nubes de mosquito. Los ríos rebosan el campo. Un letargo remoto se hace del ánimo. Es tiempo de aguardar por otra ventisca. Su recuerdo de ella es un ónfalo profuso moviéndose alrededor en las penumbras.
- una mujer fue lo único real que hubo entre nosotros
- por lo menos una
- con eso aclaras la garganta
- y también ciertas cosas
- justo eso hacemos cada vez que te encuentro
- sufres de evasiva aguda
- sufro de sufrimiento crónico, ¡quién podría colmar una mujer semejante?
- ninguno y ni ambos
- la suerte decidió en contra nuestra, y además nos la mató
- aquí mismo, en la tierra del olvido, después de haber cumplido su misión.
El empecinamiento de uno enfrenta la convicción que los divide en el otro, y esa recíproca figura mutua se deforma en ambos por eco de su propio sarcasmo de disipación y transcurso. El ufano valor del paroxismo de un ocaso confuso y turbulento.
Cualquier semejanza con la realidad resulta verdadera o quizás es incompatible al personaje. Como el mito cabalístico de la orquídea púbica, brotación de la floresta radiante, placer que se engarza al deseo bajo una cortina de relámpagos sobre aquel embrujo cuya naturaleza indomable es ella misma.
Escapaba. Fue una espléndida aparición matinal. Encontró serio al hombre que reía. Venancio le abrió el portón de la fonda, Clarita lavó sus ropas, el comisario la abordó a lo lejos con una mirada penetrante. Su sola presencia, Juliana de las Gracias, propició el deseo en los vastos alrededores del Mangal.
Tras el ganado en una nueva faena polvorienta. Sabe a ímpetu de tierras bravías con aroma a hojas de sierpe.
- el colmo, morir de una reacción alérgica a las bala
- desde el inicio pensaste en la venganza por lo que aún no te había hecho
- creo que nunca jamás volverá a ver una mujer tan linda
- qué hablas, ¿y tu hija Rafaela?
- pues si, toda una mujer de ojos preciosos.
Comparendo. Un trecho a través de la memoria. El recuerdo vaga por los sinuosos senderes de un espejismo. Sin embargo, la lluvia moja las elucubraciones y cualquier resuello afectivo parece irremediablemente incapaz de alterar las secuelas del ahora. Escrúpulos personales convertidos en máscara y pantomima del destino.
Los sonidos silvestres musitan leves mientras el reloj parece querer no transcurrir, como un letargo insomne que dormita entre paredes y ventanas, suscitando sentimientos de vivencias olvidadas en un cajón con alas o patas de gato, para así por lo menos soportar el tuétano de las sábanas junto a sus continuas y compartidas ideas sin ella.
En lontananza, por acechos de gavilán, la duna parece regresar. Acicate con pericia a buena suerte de sátiro confinado a un personaje entre los temores de siempre.
- parece que traes el pellejo repleto de sueño
- vete al carajo
- hasta dormido eres insoportable
- ¿adivinas o lo digo? Pasaste la noche entera discutiendo contigo mismo
- te has vuelto loco, ya sé, tanto libro acabó con la ninguna cordura que tenías.
- ... ellos no perdonan y yo no pido clemencia.
El juego del suceder contra el poder en una vertiente oculta de estereotipos cruciales.
- hoy tendremos que encargarnos de las reses para el embarque con tres peones
- pues que empiece la fiesta
- que asco, tenemos una guarida de brazos y no hay gente para trabajar
- cuenta a otro, un jornalero por la amnistía para los zurdos chismosos también cobra
- por lo menos dale a cocinar antes que sol acabe de chamuscarnos.
Para quien lo piensa un poco, esto de existir le rompe el alma a cualquiera. Ni alegato de diatriba deslenguada o feroz hostigamiento resulta propicio. Nada, una poltrona desconcertante adquirida ante notario, y seca, como algún fósil condenado al enigma del silencio.
Las funestas taras de un sistema patriarcal cuya arrogancia se nutre de esa falsa caridad ultrajante. Una zona susceptible al chantaje, mientras arrastra consigo en proceso un revoltijo de fragmentos anecdóticos idénticos al embuste que les dio modos.
- su señoría, ellos no se retractan, ninguno
- ni veo cómo
- vendí mi silencio
- un sujeto procesal inquieto
- habrá que dejarlo todo al destino
- improbable, no imposible
- redención, no venganza
- además son tan pobres que hasta nuestro señor les resulta caro
- bien, en este caso equivocarse era más difícil que acertar... y no me hagas fieros gitano
- unos hacen el mundo mientras otros lo conjugan por fervor a la usura
- veneración devota que implica un peligro para quienes no la comparten
- y culto de creencias basadas en lo erróneo
- se llama consenso manipulado
- o eran cientos cumpliendo una profecía
- y tocar la última línea de lo imposible.
Más allá del entendimiento hay cosas que se saben sin saberse, porque como eres es como quieres ser. Las masas al igual que el mar, cuando se agitan solas mejor huir de prisa.
Fue la alianza de siempre entre usureros y todo tipo de vende patrias que prosperó más allá de sus sueños.
Al entonces ultra candidato a senador le brotó espontánea una extravagante alma de títere acorralado. Los constantes encubrimientos tal vez sirvieran para moderar sus anteriores y ridículos desplantes de grandeza y sin embargo nada de eso figuraba en aquel discurso liberal sobre la reforma agraria. Ni hubo motivo porque apenas si tardó unos instantes en desencajarse y estallar. Un golpe de furor con pánico escénico resultó suficiente. El muy cobarde ya había huido con la mirada.
No en vano la historia oficiosa se reserva el derecho de concluir por dónde mismo empezó ese asunto de las tierras con patrones por derecho divino, cuestión plana al cuadrado de la inversa opulencia entre vastas periferias de amargura.
- y quien se sienta aludido que mejor reclame una indemnización imposible.
Eran apenas los herederos de la dictadura constitucional en otra acaba demostración de egolatría propia de gran señor magnífico impune, tiempo verbal para cuando todo hombre rico resulta famoso y es escuchado hasta el final.
Ley marcial o paz armada con saña. Epifanía Triana sabía que la seguían las sombras represoras del dictador tricéfalo pero no quiso ni supo desistir. Cuerda floja cuesta arriba contra un viento sin tregua y la causa vibrante que le marcara el rostro durante esa pesadilla cuya sustentación perversa osó describir con soltura de periodista caída.
- he ahí la mujer para tu semanario
- maldita la hora que leí éso son disimular el efecto que me produjo
- ni aunque ahora la concibas como una aldeana nacida en la gran ciudad
- entre ambos seguro hace mucho la hubiéramos vuelto loca
- ninguna chiflado se vuelve loco
- seguro, fue gran insensatez arriesgar así en aquel momento, escribir que la democracia era el invento de antiguos tiranos, que la política nada más es que una pseudo idolatría al anómalo menos aberrante, ¿acaso con ello pretendía los aplausos o favores de semejante dictadura de pendejos?
- quien no puede subsistir de aquello que mejor saber hacer es un esclavo y en este mundo sólo sirve para el destierro entre los vivos
- resignación no más, y es así como los maharajás nos mantienen a raya
- con todo el siniestro del que sus excelencias dispongan
- alguien va a sacar mucho de todo esto
- y sin clausula de confidencialidad.
Hubo un largo e incómodo silencio en una noche llanera de alma ardiente bajo la penumbra granate que se ofrece al sexo montuno e indecente.
Viceversa al pasado. Juliana fue para los compadres una extensa caricia desde el más remoto confín de lo sensual, instinto en compleja rebelión, ésa única criatura que todavía los identifica y divide.
Cuando el uno la amó el otro la odiaba. Entonces fueron enemigos acérrimos, en ella probaron casi todas las pasiones de fuero severo y tajante. Mientras le duró hubo momentos en que detestaron con rabia aquella gloria posesiva de tenerla junto, oh Juliana de los desmadres.
Su alcoba en penumbras retuvo el sopor perfumado de tantas esperas. Los encajes que cosía, las mantas que bordaba, unas flores secas frente al retrato, el último punto de un tejido inconcluso. Ninguno se atrevió a tocar nada de su inmenso y apacible cuarto, como si aquello fuese una especie de conjura contra su eterna ausencia.
- tú la retuviste pero fui yo quien le dio un verdadero hogar
- falso, yo la amé y tú también
- por eso dicen que no es hasta que la muerte nos separe sino hasta que el amor se muera.
Ahora el silencio los conmueve cuando antes los confrontaba. Un rostro de cabellos cenizos palpita indeleble entre ellos, como aquel delicioso cuerpo en cuyo vientre vertieron sentimientos que aun vibran bajo sus dermis lo bastante tardas para cualquier otra idea que no sea la añoranza.
En otro lugar, por circunstancias similares, los tres habrían cometido una grave violación a las leyes pasionales de la gravedad social, pero bajo el sol agreste del lejano Mangomango ella estuvo bien compartida por una par de pasiones inclaudicables.
Recuerda cuando guapeo y le dijo: para mí eso de nuestro se acaba de terminar.
Asoman crudos los tintes del crepúsculo. Un rastro galopante se infiere cual boceo en transcurso hacia la oscuridad natural. Sones de cantores prietos llenan el viento nocturno que paira de alegría. Entonces allá en en el manantial del Bonde hubo fiesta.
- ¿dónde está enterrada mi madre?
Una visión repetida del pasado arribó al pueblo. El alcalde, con cara de circunstancia, en una suerte de bronca y pudor, apenas pudo mantenerse en pie.
- pase por favor
- no tengo tiempo.
Era un mediodía sofocante en medio de calores de vendaval. Cruzaron a prisa la plaza desierta.
- aquí está
- por favor déjeme sola.
Olvidarla nunca será una opción. Un incesante crujir de guijarros candentes emanaba humedad de la vegetación febril. Dos pequeños camaleones cortejaban sobre una rama bamboleante. Una extraña sensación visceral le impregnó desde el cogote a las botas, y hasta creyó que el universo nada más se hizo para aplastarlo sin compasión contra el suelo aquellos inciertos minutos.
- ¿qué tienes? Parece que viste algún espantajo
- puedes jurarlo mujer, llena la tina con agua fría y no hagas preguntas.
Un remezón providencial para su espinazo abotagado donde chocaban los límites abominables del egoísmo y la crueldad, porque ahí, consigo mismo como testigo, mal cabía fingir o siquiera hesitar por autocompasión. Tiritó hasta la madrugada en el regazo de su hija Manuela.
- vamos papá, toma un poco de sopa
- no tengo hambre.
La percibió de espaldas, abanicaba impacientemente aguardando por alguien, se la notaba molesta, a punto de chillar, al volverse lo miró con dureza y asombro. Entonces tal vez él se terminó de convencer que el tiempo pasa sin retorno posible, que ella estuvo allá apenas unos momentos muy largos e impasibles que duran lo suficiente para dejar un tenue recuerdo, aunque en sus adentros, por intuición, el sentimiento se le invirtiera.
- pareces enfermo
- ¿qué quieres?
- ganar en moneda dura salario de senador
- deja tus payasadas para otra rato
- pobres payasos, divierten a la gente pero cuando los recordamos es en un insulto
- puta madre, ahórrate la filosofía barata para ti, insensato
- es fácil apostar cuando llevas las cartas marcadas
- pero cuando se está sin suerte hasta las zancadillas te persiguen para ponerte una rastrera
- yo creo que el señor alcalde se queja porque sus penas carecen de papel y lápiz para contarse solas
- piensas sorprenderme con la guardia baja, es muy conmovedor ese tu ridículo entusiasmo
- mejor recuerda que los muertos son gloriosos y que además no se meten contra nadie
- si pero yo detesto los entierros y espero continuar vivo hasta morirme
- tal como predecir el pasado
- el amor es una especie de guerra que hay que librar de una en una.
Sombras serenas de atajos atravesando el campo. Un encanto campestre empotra las paredes fantasmales. Al boscaje de antaño le respiran plumas de pájaros distantes, el fuelle se detiene, hay algo a degustar.
Los compadres colgaban en sendas hamacas mientras sus cabezas nutrían idénticas ideas, la existencia compartida con una mujer cual ella, tan frágil, difícil y tierna, transa a guayaba. No obstante siempre les faltó aquel pedazo de alma que jamás lograron compartir.
- fue lo más grande que tuve
- el tamaño fue lo de menos
- salud compadre
- ... salud.
La noche tiende su velo. La oración que ya no repiten era propia de ella, es herética y dice así: Taita padre del cielo, Mama diosa de la tierra, huesos de mis huesos, carne de mi carne, que es la vida sino una serie de momentos.

3 comentarios:

  1. Todos quieren un cambio pero nadie quiere cambiar.

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  2. A veces no duele tanto recordar de dónde venimos... Incluso las personas que intentan escribir o hacer películas al respecto, no lo entienden bien. Lo llaman “De 9 a 5”. Sólo que nunca es de 9 a 5. En esos lugares no hay hora de comida y, de hecho, si quieres conservar tu trabajo, no sales a comer. Y está el tiempo extra, pero el tiempo extra nunca se registra correctamente en los libros, y si te quejas de eso hay otro zoquete dispuesto a tomar tu lugar.
    Ya conoces mi viejo dicho: “La esclavitud nunca fue abolida, sólo se amplió para incluir todos los colores”.
    Lo que duele es la pérdida constante de humanidad en aquellos que pelean para mantener trabajos que no quieren pero temen una alternativa peor. Pasa, simplemente, que las personas se vacían. Son cuerpos con mentes temerosas y obedientes. El color abandona sus ojos. La voz se afea. Y el cuerpo. El cabello. Las uñas. Los zapatos. Todo.
    Cuando era joven no podía creer que la gente diera su vida a cambio de esas condiciones. Ahora que soy viejo sigo sin creerlo. ¿Por qué lo hacen? ¿Por sexo? ¿Por una televisión? ¿Por un automóvil a pagos fijos? ¿Por los niños? ¿Niños que harán justo las mismas cosas?
    Desde siempre, cuando era bastante joven e iba de trabajo en trabajo, era suficientemente ingenuo para a veces decirle a mis compañeros: “¡Eh! El jefe podría venir en cualquier momento y echarnos, así como así, ¿no se dan cuenta?”.
    Ellos lo único que hacían era mirarme. Les estaba ofreciendo algo que ellos no querían hacer entrar a su mente.
    Ahora, en la industria, hay muchísimos despidos (acererías muertas, cambios técnicos y otras circunstancias en el lugar de trabajo). Los despidos son por cientos de miles y sus rostros son de sorpresa:
    “Estuve aquí 35 años…”. “No es justo…”. “No sé qué hacer…”.
    A los esclavos nunca se les paga tanto como para que se liberen, sino apenas lo necesario para que sobrevivan y regresen a trabajar. Yo podía verlo. ¿Por qué ellos no? Me di cuenta de que la banca del parque era igual de buena, que ser cantinero era igual de bueno. ¿Por qué no estar primero aquí antes de que me pusiera allá? ¿Por qué esperar?
    Escribí con asco en contra de todo ello. Fue un alivio sacar de mi sistema toda esa mierda. Y ahora estoy aquí: un “escritor profesional”. Pasados los primeros 50 años, he descubierto que hay otros ascos más allá del sistema.
    Recuerdo que una vez, trabajando como empacador en una compañía de artículos de iluminación, uno de mis compañeros dijo de pronto: “¡Nunca seré libre!”.
    Uno de los jefes caminaba por ahí (su nombre era Morrie) y soltó una carcajada deliciosa, disfrutando el hecho de que ese sujeto estuviera atrapado de por vida.
    Así que la suerte de, finalmente, haber salido de esos lugares, sin importar cuánto tiempo tomó, me ha dado una especie de felicidad, la felicidad alegre del milagro. Escribo ahora con una mente vieja y con un cuerpo viejo, mucho tiempo después del que la mayoría creería en continuar con esto, pero dado que empecé tan tarde, me debo a mí mismo ser persistente, y cuando las palabras comiencen a fallar y tenga que recibir ayuda para subir las escaleras y no pueda distinguir un azulejo de una grapa, todavía sentiré que algo dentro de mí recordará (sin importar qué tan lejos me haya ido) cómo llegué en medio del asesinato y la confusión y la pena hacia, al menos, una muerte generosa.
    No haber desperdiciado por completo la vida parece ser un logro, al menos para mí.
    Charles Bukowski.

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